En agosto, una enorme explosión devastó Beirut; mató a al menos 200 personas y destruyó muchas viviendas y negocios. Además, el desastre provocó un pico en los casos de COVID-19, porque miles de personas con heridas y traumatismos salieron a la calle para pedir atención médica o para buscar a sus familiares, con lo que abandonaron todas las medidas de precaución. Médicos Sin Fronteras asistió a los habitantes de las áreas devastadas, ofreciendo atención médica y apoyo en salud mental, distribuyendo kits de higiene e instalando tanques de agua.
El COVID-19 comenzó a propagarse en septiembre y desbordó la sanidad. Los confinamientos agravaron aún más la crisis económica. Con el aumento de casos, transformamos nuestro hospital del valle de la Becá en un centro para COVID-19 y colaboramos en un hospital de aislamiento en Siblin, en el sur del país. En Elias Haraui, en Zahlé, adaptamos y ampliamos nuestras actividades en la sala de urgencias para garantizar la eficacia en el triaje de pacientes. Nuestros equipos también realizaron actividades de diagnóstico de COVID-19 y de promoción de la salud en varias localidades de todo Líbano.
Evitar que la pandemia alterara otros servicios esenciales de salud era de fundamental importancia para nuestros equipos en Líbano. Durante todo el año, mantuvimos nuestras actividades, para garantizar atención gratuita y de calidad a las personas más vulnerables, como los refugiados sirios (hay más de un millón en el país). Dirigimos servicios de salud reproductiva y centros de maternidad en el sur de Beirut y en Arsal; además, ofrecimos atención general y cuidados intensivos, además de vacunaciones y atención a niños con talasemia, un trastorno sanguíneo hereditario. Nuestros proyectos también ofrecían salud mental y atención de enfermedades no transmisibles.