Alerta en el norte de Siria por una ola de COVID-19 de extrema gravedad

Florent Vergnes

Se trata de la ola más grave registrada hasta la fecha en esta región del país: las necesidades superan con creces los limitados suministros de oxígeno y se empiezan a agotar las existencias de kits de detección. En el noreste, el sistema de salud está colapsado y en el noreste el virus se propaga a un ritmo preocupante.

Noroeste: el doble de casos

En el noroeste de Siria, el número de casos de COVID-19 confirmados casi llegó a duplicarse en septiembre, hasta alcanzar en torno a 73.000 casos frente a los 39.000 registrados a finales de agosto. “Hasta ahora, el pico que se ha registrado en esta ola ha sido de aproximadamente 1.500 casos por día, a diferencia de las olas anteriores que nunca superaron los 600 casos diarios”, explica Francisco Otero y Villar, nuestro coordinador general en Siria.

Ayuda en esta y en otras crisis

En esta región de cuatro millones de habitantes únicamente siguen prestando asistencia 16 de los 33 centros de tratamiento de COVID-19 que existen. Una infraestructura sanitaria ya de por sí limitada, así como los problemas de abastecimiento que se traducen en una detección deficitaria, hacen imposible tanto evaluar el alcance real de la propagación del virus como responder de forma adecuada.

Los esfuerzos para contener el virus tropiezan con el escaso acceso a la asistencia sanitaria y la baja tasa de inmunización en el noroeste, donde solo el 3% de la población está totalmente vacunada debido a la reticencia a vacunarse y al ritmo de distribución de la vacuna.

“Somos testigos directos del alcance de este brote en las instalaciones que gestionamos y en aquellas a las que apoyamos: las personas que necesitan oxígeno o cuidados intensivos con urgencia sufren largas tiempos de espera, porque no hay camas ni ventiladores disponibles, lo que está provocando una mayor tasa de mortalidad en comparación con las olas anteriores. En Afrin, el 44 % de los pacientes que actualmente están ingresados en un centro que gestionamos tienen entre 16 y 40 años, lo que significa que incluso las personas que antes se creían relativamente a salvo de la enfermedad grave causada por el virus se están viendo seriamente afectadas”, señala Otero y Villar.

Enfermeras ocupadas en los pasillos de la sección COVID-19 del Hospital Nacional de Raqqa, en Siria.

Seguimos tratando de ampliar nuestras operaciones en función de estas crecientes necesidades. En agosto, reabrimos dos centros de aislamiento COVID-19 en la gobernación de Idlib, y actualmente estamos ampliando la capacidad de estos. «También hemos renovado nuestro apoyo a dos centros comunitarios de tratamiento en Afrin y Al-Bab, y mantenemos nuestro apoyo a un centro de tratamiento de enfermedades respiratorias en Afrin. En los campos de desplazados, donde vive más del 13% del total de casos confirmados, gestionamos clínicas móviles para hacer pruebas de COVID-19 y distribuir kits de prevención a las personas desplazadas», afirma Otero y Villar.

Noreste: sin materiales y con un sumistro de oxígeno al límite

También hemos observado un preocupante aumento de los casos de COVID-19 en el noreste del país durante las últimas semanas. Durante la última semana de septiembre, se registró una media de 342 casos diarios, la cifra más alta registrada desde el inicio de la pandemia. Aunque las cifras habían empezado a menguar a partir de la primera semana de octubre, el único laboratorio con capacidad para realizar pruebas PCR de diagnóstico para COVID-19 en la región se está quedando sin material y afronta un posible cese de la actividad en las próximas semanas si las cifras no se mantienen a la baja. El suministro de oxígeno también está bajo mínimos, ya que el centro de tratamiento de COVID-19 en Hasaké debe abastecerse de bombonas de oxígeno en las ciudades de Qamishli, Raqqa y Tabqa para poder satisfacer la demanda.

“Para responder a esta nueva ola de COVID-19, MSF está colaborando con una organización local para tratar a los casos confirmados o sospechosos de COVID-19 en los centros de tratamiento de Hasaké y Raqqa”, declara Hanna Majanen, nuestra responsable de urgencias médicas en Siria.

“Pero nuestro suministro de oxígeno está al límite, y nos preocupa que, si el número de casos positivos vuelve a aumentar o permanece a niveles tan altos, no podamos atender a todos los pacientes”.

Cilindros de oxígeno en los pasillos del hospital especializado en Covid-19 en Hassakeh, en el noreste de Siria.

Incluso antes de la pandemia, el sistema sanitario del norte de Siria tenía dificultades y dependía de la ayuda humanitaria para responder a las necesidades médicas. Y ahora, tanto los centros sanitarios como las organizaciones humanitarias son incapaces de hacer frente a la magnitud de esta nueva ola. En este momento, más que nunca, es necesario actuar para evitar que estas instalaciones se derrumben totalmente por el revés que ha supuesto la pandemia.

Para salvar las vidas de los numerosos pacientes de COVID-19 y mantener el sistema sanitario en funcionamiento en el norte de Siria, se necesita apoyo urgente y protección para el personal sanitario, suministro de kits de detección y oxígeno, mayor capacidad de camas en los hospitales y la ampliación de la cobertura de vacunación.

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