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Por Sergio Pérez Gavilán, Gestor de comunicación de terreno, MSF México y Centroamérica

En el Día del Refugiado, te compartimos algunas de las historias de las que hemos sido testigos a lo largo de la ruta migratoria, donde el sufrimiento físico, verbal o psicológico, se convierte en un miedo que paraliza al que lo siente.

En la experiencia migratoria, el miedo pronto deja de ser una emoción para convertirse en una moneda de cambio. Un precio que se paga dólares, pesos o euros. A veces, incluso, precede al dinero. Es el primer precio real de una ruta que tal vez no ha comenzado, pero que seguirá cobrándose tiempo después de haber migrado.

¿Por qué migrar es tan peligroso en América Latina?

Cada día de agosto, entre 2.000 y 3.000 personas han cruzado la selva del Darién, que une a Colombia con Panamá. Foto de archivo 2023.

México es un país de origen, tránsito, destino y retorno para migrantes. Es el último punto en una de las rutas migratorias más peligrosas y transitadas del mundo, que cruza desde Latinoamérica hasta Estados Unidos.

En adición a personas de las partes centro, Caribe y sur del continente americano como venezolanas, hondureñas, guatemaltecas, colombianas y haitianas, esta ruta migratoria ha atraído cada vez más a personas de fuera de las Américas, incluyendo de China, Pakistán y África Occidental.

Secuestros, extorsión y violencia sexual marcan el camino desde la jungla del Darién en Panamá hasta los múltiples grupos de crimen organizado esparcidos por México, las pandillas centroamericanas y agencias policiales corruptas en distintos países. Todos estos actores buscan lucrarse con las personas migrantes a través de la trata, extorsión, secuestros y otras formas de negocio.

Violencia que deja marcas

Brenda huyó de Honduras con su hija para escapar de las pandillas. En el CAI de Médicos Sin Fronteras en México, lucha por su recuperación mientras acompaña la de su hija.
Brenda huyó de Honduras con su hija para escapar de las pandillas. En el CAI de Médicos Sin Fronteras en México, lucha por su recuperación mientras acompaña la de su hija.

En Tapachula, frontera sur de México, Viridiana cuenta que el terror comenzó en su casa. “Mis hijos fueron testigos de todo”, narra a nuestros equipos de trabajo social en uno de los albergues de la ciudad. “Salí de mi país, nunca pensé estar acá… no sabía ni para dónde iba, solo sabía que quería salir porque ya venían amenazas del papá de mi hijo que si me veía o me encontraba con alguien me iba a quitar la vida”.

“Tengo una cortada en mi rostro, tengo dos puñaladas en mis piernas, tengo un golpe con un revólver en mi cabeza, tengo un golpe en mi nariz con un plato de vidrio, tengo muchas cosas que son visibles que no las puedo, borrarlas no las puedo, también del corazón, solo Dios las puede sanar”.

Viridiana, paciente asistida por nuestros equipos en Tapachula.

A lo largo de la ruta, equipos expertos en salud mental trabajan con perfiles de personas que han sufrido violencia física, psicológica o sexual en sus lugares de origen o en la ruta. En ciudades como Esquipulas, en Guatemala, y Tapachula, Ciudad de México, Reynosa o Matamoros, en México, historias como las de Viridiana son una escalofriante normalidad de un fenómeno que no es accidente sino sistémico.

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¿Cuándo el miedo se convierte en una enfermedad?

Grupos de migrantes vistos durante una distribución de artículos de ayuda humanitaria en la Plaza de la Soledad, Ciudad de México.

Cuando el miedo se utiliza como un medio para manipular y someter a las poblaciones migrantes, se convierte en una patología.

“Cuando ese miedo se mantiene en el tiempo, deja de ser una reacción normal. Se convierte en un estado constante, crónico, y ahí es cuando empieza a tener un impacto en cómo funcionamos en el día a día. Se patologiza. Así como la tristeza prolongada puede derivar en depresión, el miedo sostenido puede volverse incapacitante. Ya no es solo una emoción; empieza a afectar nuestro desarrollo socioemocional y nuestra capacidad de vivir o sobrevivir en nuestro entorno”.

Alejandro Alvarado, coordinador de actividades de salud mental de MSF en Reynosa y Matamoros.

Las consecuencias del miedo y la violencia: decidir no seguir

Dos pacientes esperan para ser atendidos por los psicólogos de MSF en la clínica de la ciudad de Tapachula, en el sur de México.

Desde la ciudad de Esquipulas, en Guatemala, en la frontera con Honduras, Paula cuenta que decidió no seguir su ruta. Ella no quiso seguir enfrentándose a las condiciones de extrema violencia que ya había enfrentado anteriormente con sus hijos.

“Nosotros ya llegamos a México, pero solo en Tapachula. De ahí de verdad no seguimos por el temor que decían que secuestraban, que si no te agarraba migración, te agarraba el cartel de México”, contaba Paula fuera de nuestro centro de atención móvil.

Ella, desde el Darién fue sobreviviente de violencia sexual, mientras bandas armadas amenazaron a su hijo de cuatro años. “A él [su hijo] en la misma selva le pusieron una pistola en la cabeza. Menos mal que él es inocente de que todavía no entiende muchas cosas, pero a él lo pusieron le pusieron una pistola al niño por amenazar al papá”.

¿Cómo afectan las políticas migratorias a la salud mental?

El río Suchiate marca la frontera entre Guatemala y México. Los migrantes lo cruzan en balsas hechas con neumáticos y tablones.

La familia de Paula intentó hacer el proceso de asilo desde México, sacando su cita de CBP One a inicios de 2025 para cumplir con los requerimientos legales, pero una vez que la nueva administración de Estados Unidos decidió cancelar el programa el 20 de enero, sus planes de vida debieron cambiar de nuevo.

“Ya lo he ido como sabiendo asimilar”, contó meses después de la suspensión del programa, “pero a mí sí me dolió mucho saber que iba a hacer la misma travesía que fue de subida y otra vez (de regreso), pero sin nada”. El dolor de cambiar el proyecto de vida se consuma en que, para Paula, su persecución aún no termina: “Ahora estoy bien, pero en otros momentos estoy, así como cuando sabes que hay alguien detrás de ti, prácticamente como un enemigo”.

La experiencia de Paula ilustra precisamente lo que dice Alvarado. “El miedo no responde necesariamente a una amenaza visible. Sino a experiencias traumáticas previas o al contexto en el que viven. Es un miedo constante y anticipatorio, no por lo que ya ocurrió, sino por lo que podría pasar en cualquier momento”.

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¿Qué hacemos desde Médicos Sin Fronteras?

Rosaura, una mujer venezolana, fue secuestrada en Piedras Negras, estado de Coahuila. Estuvo retenida durante una semana y sufrió abusos sexuales. Al no poder pagar a los secuestradores por su liberación, faltó a una cita crucial con las autoridades migratorias estadounidenses y sufrió graves problemas de salud mental. Yotibel Moreno/MSF. 18 de enero de 2023.

En casos como estos, el miedo deja de ser una emoción transitoria y se convierte en una condición incapacitante. Aunque no es la única, es una característica presente en la mayoría de los casos de salud mental que atendemos. Esto casiona no solo un gran sufrimiento, sino también múltiples complicaciones durante el esfuerzo que hacen terapeuta y paciente para recuperar la estabilidad mental.

Entre octubre de 2024 y mayo de 2025, nuestros equipos de salud mental en Guatemala, Reynosa y Matamoros, CDMX y Tapachula realizaron más de 2.200 consultas individuales. Además, dimos atención de inicio y seguimiento a más de 240 casos bajo criterios de mhGAP.

Más allá de los números, el mayor reto es el seguimiento. Muchas de las personas atendidas continúan en movimiento o viven en condiciones de alta rotación. Esto impide dar continuidad a procesos terapéuticos que requieren tiempo.

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¿Qué es el programa mhGAP?

Una trabajadora de MSF decora una habitación con las banderas confeccionadas por las personas que reciben tratamiento en el Centro de Atención Integral (CAI) gestionado por MSF en Ciudad de México. Mujeres, hombres, niñas y personas de todas las edades reciben tratamiento para recuperar su funcionalidad tras haber sobrevivido a experiencias relacionadas con violencia extrema y abusos.
Una trabajadora de MSF decora una habitación con las banderas confeccionadas por las personas que reciben tratamiento en el Centro de Atención Integral (CAI) gestionado por MSF en Ciudad de México. Mujeres, hombres, niñas y personas de todas las edades reciben tratamiento para recuperar su funcionalidad tras haber sobrevivido a experiencias relacionadas con violencia extrema y abusos.

Como parte del enfoque integral de atención que brindamos, una herramienta importante es el programa mhGAP, una iniciativa creada por la OMS que capacita a personal médico y de psicología. Esto permite brindar apoyo de nivel psiquiátrico en contextos donde no hay psiquiatras, acceso a servicios especializados ni medicamentos.

Este protocolo se activa cuando las intervenciones terapéuticas no son suficientes, y permite integrar evaluación médica, acompañamiento psicológico y, cuando es necesario, tratamiento farmacológico.

“Lo que buscamos es expandir las posibilidades de tratamiento para las personas, ofrecer un tratamiento integral, con el consentimiento de la persona y adaptado a su realidad”.

Alejandro Alvarado, coordinador de actividades de salud mental de MSF en Reynosa y Matamoros.

Por eso, además de mhGAP, trabajamos bajo un enfoque más amplio de salud mental y apoyo psicosocial (SMAPS) que busca responder desde lo comunitario antes de que el sufrimiento se convierta en patología.

No todas las heridas son visibles, pero cuando el miedo amenaza con volverse permanente, la atención humanitaria debe encontrar caminos de recuperación donde las fronteras se han cerrado por el prejuicio y la xenofobia.

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