Malaria en Nigeria: «Los niños tienen posibilidades de sobrevivir con nosotros”

Clínica de Médicos Sin Fronteras en Monguno, Nigeria.Maro Verli/MSF

Mientras que la temporada de malaria llegaba a la ciudad nigeriana de Maiduguri, hogar de miles de personas desplazadas por el conflicto, el doctor sueco de Médicos Sin Fronteras (MSF) Marten Larsson luchaba para salvar las vidas de los niños más vulnerables. En este texto, describe su experiencia.

“Estoy en Maiduguri, en el noreste de Nigeria. Una ciudad que, después de que el conflicto entre los grupos armados y el ejército nigeriano se intensificara hace unos años, ha visto aumentar a su población: pasó de uno a dos millones de habitantes a medida que llegan más desplazados internos en busca de seguridad.

La situación se ha vuelto casi desastrosa

Al principio, Médicos Sin Fronteras (MSF) era una de las pocas ONG internacionales presentes, pero ahora casi todas las grandes organizaciones están aquí, incluyendo a la ONU. Pero la situación para las muchas personas que se encuentran en este lugar todavía es muy difícil.

Temporada de malaria

Cuando llegué a Maiduguri hace tres semanas, estábamos en medio de la temporada de malaria. En esta latitud, donde la temporada de lluvias cae entre julio y octubre, esto significa que la prevalencia de la enfermedad es peor de agosto a noviembre.

Las personas que viven con este tipo de malaria estacional no se vuelven tan inmunes como las que viven donde la enfermedad está presente durante todo el año. Por lo tanto, a menudo se enferman cuando se infectan.

Actualmente, el hospital está abrumando. Los pacientes llegan en grandes números y muchos están en muy mal estado.

Una mañana, las cinco camas de estabilización en nuestra sala de urgencias estaban llenas con 13 pacientes, con edades que iban del mes de vida hasta los 14 años. Todos estaban casi inconscientes, convulsionando, con dificultad respiratoria severa o en shock circulatorio.

Junto con otro médico, fui de paciente a paciente, observando su respiración y su ritmo cardíaco para evaluar rápidamente su condición y prescribir un tratamiento. Dos enfermeras capacitadas y dos auxiliares de enfermería suministraban oxígeno, tomaban muestras, colocaban intravenosas y administraban inyecciones de medicamentos contra la malaria, antibióticos y medicamentos anticonvulsivos para los niños.

Después fui a una de las tres unidades de cuidados intensivos donde tenemos oxígeno. En más de la mitad de las 47 camas disponibles, teníamos a dos pacientes por cama. A los pacientes que se ven más sanos se les quita el oxígeno y son trasladados a una de nuestras seis tiendas para acomodar a los nuevos pacientes que llegan.

Recuperándose

Después salí a encontrarme con el abrasador sol para entrar a una de las carpas para pacientes hospitalizados, que estaba casi igual de cálida. También estaba llena, pero había varios niños sentados, mirando a su alrededor o comiendo fruta. Y, si hay algo que he aprendido en la atención médica sueca con nuestra escasez crónica de camas, ¡es a identificar a los pacientes que pueden ser dados de alta!

Cada vez que vengo a esta sala me siento feliz de ver a pacientes que llegaron tan mal como los que acabamos de recibir, y notar qué rápido se han recuperado. La malaria es una enfermedad mortal, pero con el tratamiento adecuado en el momento oportuno te puedes recuperar rápidamente.

Después de una hacer una ronda por los otros departamentos, identificamos a unos 20 niños listos para ser dados de alta, esto para que los pequeños en la sala de urgencias tengan espacio, aunque sea en una cama compartida.

La posibilidad de sobrevivencia

Cuando regresé a la sala de urgencias, el equipo estaba reanimando a uno de los 13 niños: un pequeño de cinco años con una malaria que le provocó una anemia grave, bajo nivel de azúcar en la sangre y sepsis.

Ya estaba respirando pesadamente cuando llegó debido a su sangre ácida. A pesar de los repetidos intentos para corregir el azúcar en su sangre y la transfusión de sangre que le hicimos, su cuerpo no respondió al tratamiento. Lamentablemente, los intentos de reanimación tuvieron que detenerse y nosotros seguimos cuidando a los otros pacientes.

Alrededor de cuatro niños mueren diariamente desde que vine aquí. Muchos podrían haberse salvado si tuviéramos más manos, más camas y, sobre todo, si hubieran venido aquí antes de que estuvieran tan terriblemente enfermos.

Sin embargo, también estoy bastante seguro de que la mayoría de los 60 niños que recibimos todos los días tendrían muy pocas posibilidades de sobrevivir si no vinieran aquí.

Cuando pienso así, es mucho más fácil lidiar con la situación.»

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