Fin del ébola en el noreste de República Democrática del Congo: la única alegría en medio de un panorama desalentador

MSF

Esta noticia nos trae mucha alegría. Sin embargo, el brote de ébola en el noreste del país dejó a su paso casi 2.300 muertes y un sistema de salud aún más frágil. En una región donde las necesidades son enormes, la pandemia de COVID-19 trae efectos devastadores en el tratamiento de otras enfermedades.

Desde Médicos Sin Fronteras (MSF) nos sentimos aliviados y con muchísima alegría por la noticia del fin del brote de ébola en el noreste de la República Democrática del Congo (RDC). Sin embargo, alertamos sobre la necesidad de que todos los actores mantengan un alto nivel de vigilancia. La aparición de un solo caso podría desencadenar otro brote y echar por tierra el progreso realizado en las últimas semanas.​​​​​​

Sin ir más lejos, el virus del ébola reapareció en la provincia de Ecuador, noroeste del país, el pasado 1 de junio y ha causado ya cinco víctimas mortales, entre ellos una adolescente de 15 años.

El brote de ébola en el noreste del país deja a su paso casi 2.300 muertes y un sistema de salud aún más frágil, en una región donde las necesidades son enormes. De hecho, el brote de ébola ha sido solo una más de las muchas emergencias humanitarias que afectan al norte de la RDC. En esta región, las principales causas de mortalidad no son ni el ébola ni el COVID-19, sino enfermedades perfectamente prevenibles y tratables, como la malaria y el sarampión. Además, el largo conflicto que azota la región provoca desplazamientos masivos de población, hasta el punto de que casi 3 de cada 4 personas desplazadas en el mundo durante los últimos tres meses fueron en el norte de RDC.

El enfoque inicial de los actores implicados en la respuesta a la epidemia de ébola se centró únicamente en la vacunación y el tratamiento, dejando de lado todos estos problemas anteriormente mencionados, lo cual ha sido una de las razones por las cuales se fracasó a la hora de ganarse la confianza de las comunidades. Por esa misma razón durante la evolución del brote, en MSF decidimos ampliar nuestro apoyo a los servicios de atención primaria en los centros de salud y hospitales de la región. En varias áreas de Kivu Norte e Ituri, MSF apoyó campañas de vacunación masiva para combatir la epidemia de sarampión, que en menos de un año se ha cobrado otras 6.000 víctimas mortales, la mayoría de ellos niños. Estas acciones trataron de mejorar la calidad de la atención médica, así como el acceso a otros servicios básicos que resultan tan necesarios como la respuesta a la propia epidemia de ébola. Ahora que en el país los casos de COVID-19 comienzan a crecer de forma rápida, esperamos que no se caiga de nuevo en los mismos errores, ya que de lo contrario habrá otras enfermedades que causen muchas más víctimas mortales que el propio COVID-19 o que el ébola.

Los efectos devastadores del COVID-19 en el tratamiento de otras enfermedades

  • República Democrática del Congo acaba de superar la barrera de los 6.000 casos confirmados de COVID-19, con un total de 6.213 positivos y 142 fallecidos. Kinshasa aglutina el 90% de ellos.
  • 480.000 personas han huido de sus hogares de sus hogares desde que la violencia se intensificó en el país a finales de marzo, casi el 75% del total de personas que se han visto desplazadas en todo el mundo durante la pandemia. Estos desplazamientos pueden llevar el virus a lugares donde aún no estaba.
  • El país, que cuenta con más de 80 millones de habitantes, hasta hace pocos días solo disponía de un laboratorio para realizar las pruebas de COVID-19. Los pacientes tardan hasta dos semanas en recibir los resultados.
  • Además del impacto directo que tiene el COVID-19 en los pacientes, MSF advierte de los efectos secundarios que está provocando la pandemia en cuanto al tratamiento de otras enfermedades como el VIH/SIDA, la malaria y la tuberculosis, y en el acceso de la población a los servicios de salud.
  • En el centro de tratamiento COVID-19 del Hospital Saint Joseph, MSF trata a docenas de pacientes, incluido un número cada vez mayor de personas con necesidad de recibir oxígeno.

En un país que ya luchaba a duras penas con el sarampión y con dos epidemias de ébola, la pandemia de COVID-19 se ha ido extendiendo gradualmente desde que el pasado 10 de marzo se diera a conocer la aparición del primer caso en Kinshasa.

Para reducir la propagación del nuevo coronavirus, particularmente en su capital de 13 millones de habitantes, las autoridades tuvieron que adoptar rápidamente medidas preventivas, entre las cuales destacan las restricciones de movimiento, el confinamiento parcial de ciertos distritos, el uso obligatorio de mascarillas y las actividades de sensibilización y concienciación a nivel masivo para que la población adoptase las medidas de protección adecuadas.

A pesar de estas medidas, los casos han seguido aumentando y ya se ha confirmado 6.200 positivos de COVID-19 en estos tres últimos meses, una cifra que con toda seguridad es mucho mayor, dado que apenas hay capacidad de hacer pruebas diagnósticas en gran parte del país.

Ante el peligro que representa el nuevo coronavirus, desde MSF establecimos rápidamente intervenciones específicas en todos sus proyectos, en Kinshasa y en otras partes del país, fortaleciendo de inmediato las medidas de prevención, instalando espacios de aislamiento dentro de los hospitales y centros de salud en los que trabaja y llevando a cabo actividades de sensibilización comunitaria.

«En Kinshasa, hemos organizado equipos móviles para apoyar unas 50 estructuras de salud de la capital», explica Karel Janssens, coordinador general de MSF en la RDC. «Nuestros equipos han fortalecido las medidas de higiene allí, han proporcionado mascarillas y gel desinfectante, y han formado al personal médico y a los trabajadores comunitarios en la prevención y el control de infecciones. Proteger al personal y a los pacientes ha sido desde el principio nuestra máxima prioridad».

Casos cada vez más graves

Unas semanas después del inicio de la pandemia en el país, MSF también comenzó a apoyar al hospital Saint-Joseph, situado en la zona sanitaria de Limete. Se ha establecido una unidad de atención para pacientes con síntomas leves y moderados, que cuenta con una capacidad de 40 camas. Desde principios de mayo hasta principios de junio, el centro ha tenido un promedio de 30 pacientes hospitalizados por día.

«Al comienzo de nuestra intervención, la mayoría de los pacientes que recibíamos presentaban formas leves de la enfermedad», explica Karel Janssens. “Pero desde mediados de mayo, hemos constatado que los pacientes llegan en un estado cada vez más grave. Actualmente, de los 21 pacientes que tenemos ingresados, 6 están recibiendo terapia de oxígeno”.

Jean-Pierre es uno de los muchos pacientes que han pasado por Saint Joseph. Estuvo 10 días ingresado y hoy podría recibir el alta. «Antes de venir, tenía dolores de cabeza y en el cuerpo y tos», explica. «Había tomado medicamentos, pero no mejoraba. Mi esposa y mis hijos me animaron a venir a Saint-Joseph para hacerme las pruebas. Cuando los resultados dieron positivo, me hospitalizaron y quedé ingresado por unos días. Hoy me siento bien, recuperado y con fuerzas. Me han tomado otra muestra para llevar a cabo otra prueba y aún estoy esperando los resultados. Con un poco de suerte podré irme a casa”.

El país, que cuenta con más de 80 millones de habitantes, hasta hace pocos días solo disponía de un laboratorio para realizar las pruebas de COVID-19, por lo que los pacientes tienen que esperar mucho tiempo hasta obtener los resultados. Eso incluye a aquellos que están esperando en los centros de salud a ser dados de alta. En Saint-Joseph, más del 10% de los pacientes tuvieron que esperar durante más de dos semanas hasta recibir los resultados de sus pruebas biológicas. Esto provoca situaciones muy difíciles tanto para los casos sospechosos, como para aquellos pacientes que ya se han recuperado y que no pueden abandonar el centro para seguir adelante con sus vidas. También provoca un colapso a nivel hospitalario, ya que se mantiene ingresados a pacientes curados en camas que deberían ser destinadas a quienes están en espera de recibir un tratamiento que en ocasiones puede resultar vital.

El efecto oculto del COVID-19 en la atención sanitaria

La poca capacidad para hacer pruebas diagnósticas y los largos plazos de espera para recibir los resultados no son los únicos desafíos que plantea la respuesta al COVID-19 en la capital congoleña. Desde la declaración de la pandemia, MSF ha observado una marcada caída en el número de consultas e ingresos en las estructuras médicas que apoya en Kinshasa, incluido el número de personas que acuden a recibir tratamiento en el Kabinda Hospital Center (CHK), su centro de atención para personas VIH positivas

«En el Centro Hospitalario Kabinda, el número de consultas por VIH se redujo en un 30% entre enero y mayo», señala Gisèle Mucinya, coordinadora médica de la clínica. “Y en el ‘Centro Madre e Hijos’ de Ngaba, apoyado también por nuestra organización, se registró una caída del 44% en las consultas generales que se pasaron entre enero y abril. Son datos muy preocupantes», añade.

En la misma línea de preocupación se expresa el doctor Rany Mbayabu, director gerente del hospital privado Mudishi Liboke. «Desde marzo, las consultas han caído más de la mitad. Hemos pasado de atender a aproximadamente 250 pacientes por mes a solo 100. Nuestros pacientes nos dicen que tienen miedo de contagiarse coronavirus si acuden a nuestra consulta. Otros argumentan que las restricciones impuestas en el transporte y el impacto económico que está teniendo la crisis les dificulta el poder llegar hasta el centro».

“Si en MSF hemos constatado una bajada en la asistencia tanto a nuestros centros médicos como a las estructuras que respalda nuestra organización, a pesar de que los tratamientos y consultas que ofrecemos en ellos son completamente gratuitos, es altamente probable que esté pasando lo mismo, y quizás aún en mayor medida, en otras estructuras sanitarias de la capital. Dado que muchos pacientes están dejando de recibir atención médica y los tratamientos que necesitan para combatir otras patologías, es posible que la tasa de mortalidad de esas otras enfermedades aumente y cause muchas más víctimas de las que dejará el propio COVID-19”, explica Gisèle Mucinya.

«Muchas personas temen ser contagiadas con el virus si van a centros de salud que, según ellos mismos, no cuentan con el material de protección adecuado. También tienen miedo a ser aislados durante mucho tiempo debido a la larga espera que hay que hacer hasta recibir el resultado de las pruebas. En otros casos es el miedo a sufrir rechazo por parte de otros miembros de su comunidad”, señala Karel Janssens. “Esta situación puede poner sobre todo en peligro a las personas que necesitan recibir tratamiento y seguimiento continuo para patologías como diabetes, tuberculosis, malaria o VIH/sida”

Ante esta situación, MSF alerta de la necesidad de facilitar más equipos de protección personal a los centros de salud y estructuras médicas «Es la única manera de mejorar el grado de confianza de los pacientes y, a su vez, fortalecería los esfuerzos para contener la propagación del COVID-19. También ayudaría a poder seguir ofreciendo todos esos otros servicios médicos esenciales que están dejando de prestarse», explica el coordinador general de MSF.

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